Danzar no es sólo bailar sino que también es “escuchar”. Escuchar tu ruido interno y aquella voz que habla en el silencio. La voz de la presencia. A medida que la habilidad de escuchar crece y se expande la conciencia, es más fácil entrar en contacto con nuestra esencia, lo que verdaderamente somos cada uno en aquel nivel en el que todos somos iguales. En la danza se integran la meditación y la acción, la disolución de la barrera entre la contemplación y la vida cotidiana, conectando con la energía interna o el Chi.
Bailando en tu propia habitación, en una clase o en grupo, solo o con espectadores, te conviertes en el creador de tu propia danza, tu propio movimiento, al cargar tu cuerpo, te sientes como el moldeador de tu propio destino, incluso puedes llegar a experimentar una sensación de unidad con el grupo, con el público, con el mundo y con la humanidad.
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